Anoche me desveló la tormenta, caí en la tentación de mirar el reloj… las 4:30.

Abrí la ventana y me encontré un espectáculo pintoresco, como si de un lienzo hiperrealista se tratara.

La Luna menguante se asomaba tímidamente entre las nubes reflejándose en un mar de plata, las luces doradas de Orihuela Costa contrastaban la escena dibujando el horizonte, titilando como estrellas en un peculiar universo.

El frescor inesperado súbitamente deleitó mis sentidos. La brisa brindaba aromas amargos conformando una especie de mezcla entre posidonia y plancton. Con cada inspiración una sensación de paz me colmaba llevándose parte del malestar.

 

La banda sonora estaba compuesta por una sinfonía de mástiles y telas al compás del silbido del Lebeche.

A lo lejos el pedalear de un pescador a lomos de su bicicleta ponía broche final a estos instantes irrepetibles.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, aunque no siempre es así, ya que el lenguaje desvela matices que ningún artilugio es capaz de capturar.

Cada noche pare un día y la obscuridad tormentosa dió paso al amanecer esperanzador de la imagen.

Cada día un nuevo mar.

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